¿Por qué han tirado los perroflautas de la Flotilla a Gaza todos sus móviles y portátiles al mar?

¿Por qué han tirado los perroflautas de la Flotilla a Gaza todos sus móviles y portátiles al mar?
Móviles. PDS

La imagen de activistas arrojando sus móviles y ordenadores al mar durante la interceptación de la Global Sumud Flotilla puede parecer un acto dramático, pero es parte de un protocolo de seguridad digital meticulosamente diseñado.

Los 443 participantes eran conscientes de que, en caso de abordaje, debían proteger información delicada y evitar que dispositivos con datos personales, contactos o evidencias audiovisuales cayeran en manos de las fuerzas israelíes.

No se trata únicamente de prevenir el espionaje: en situaciones de alta tensión geopolítica, un teléfono confiscado puede convertirse en una herramienta para identificar, rastrear o incluso represaliar a quienes intentan desafiar el bloqueo a Gaza.

Esta decisión no es improvisada ni exagerada.

Las misiones humanitarias en zonas conflictivas han aprendido por experiencia que la confiscación de dispositivos puede poner en peligro tanto a los activistas como a sus redes de apoyo.

En esta ocasión, el protocolo incluía instrucciones claras: antes del abordaje, los participantes debían destruir físicamente cualquier dispositivo electrónico que pudiera comprometer su seguridad o la de otros. El mar se convierte así en el refugio más seguro: imposible de recuperar, imposible de rastrear.

Seguridad digital en contextos extremos

La ciberseguridad en misiones humanitarias ha avanzado tanto como las amenazas que enfrentan. Hoy en día no basta con borrar archivos o utilizar contraseñas robustas. En situaciones donde existe un riesgo real de confiscación y análisis forense avanzado, la única garantía es la destrucción física del dispositivo. Este enfoque, aunque drástico, es habitual entre periodistas, activistas y cooperantes que operan en entornos hostiles.

La tecnología actual permite recuperar datos incluso de dispositivos formateados o bloqueados. Herramientas forenses avanzadas pueden extraer información de memorias dañadas o parcialmente borradas. Por lo tanto, lanzar el móvil al mar no es un acto simbólico: es una medida práctica para asegurar que nadie pueda acceder a mensajes, fotos, vídeos o ubicaciones que puedan comprometer la misión o a las personas implicadas.

Avances en IA y vigilancia masiva

El escenario se complica con los avances en inteligencia artificial. Los sistemas actuales tienen la capacidad de analizar grandes volúmenes de datos en tiempo real, identificar patrones y cruzar información proveniente de diversas fuentes. Una foto publicada en una red social, un mensaje cifrado interceptado o una llamada registrada pueden alimentar algoritmos capaces de predecir movimientos, identificar redes de apoyo e incluso anticipar futuras acciones.

En este contexto, los activistas no solo temen la confiscación física de sus dispositivos; también les preocupa que sean analizados con herramientas de IA capaces de reconstruir itinerarios, contactos y estrategias. La destrucción preventiva evita que estos datos caigan en manos equivocadas que podrían utilizarlos para reforzar el bloqueo o perseguir a los participantes tras finalizar la misión.

Protocolos establecidos y lecciones aprendidas

La misión humanitaria contaba con un protocolo detallado para situaciones de interceptación. Los 443 participantes recibieron formación específica sobre seguridad digital y física antes del zarpe. Sabían cómo reaccionar si las fuerzas israelíes abordaban los barcos: desde destruir dispositivos hasta coordinarse con abogados y organizaciones internacionales.

Este nivel de preparación no es casualidad. La experiencia acumulada en misiones anteriores —como el incidente del Mavi Marmara en 2010— demostró que carecer de protocolos claros puede tener consecuencias graves. En la actualidad, las flotillas cuentan con expertos en seguridad digital que diseñan planes adaptados a cada posible escenario. La tecnología se utiliza tanto para comunicarse como para protegerse; así, la destrucción controlada de dispositivos forma parte del kit básico para sobrevivir digitalmente.

Impacto social y económico del gesto

Arrojar cientos de móviles y portátiles al mar tiene un coste económico evidente —aunque menor frente al riesgo personal— pero también envía un mensaje poderoso sobre el valor que otorgamos a la privacidad y la seguridad en esta era digital. En sociedades donde el uso masivo de tecnología parece irreversible, acciones como esta nos recuerdan que existen contextos donde lo digital puede ser tanto una herramienta como una amenaza.

La paradoja resulta clara: los mismos avances que permiten coordinar misiones humanitarias globales también facilitan la vigilancia masiva y el control social. Por eso, destruir dispositivos no es un rechazo a la tecnología; es una defensa del uso responsable y consciente que debemos hacer.

Mirando al futuro

La combinación entre inteligencia artificial, ciberseguridad y activismo humanitario plantea desafíos éticos y prácticos cada vez más complejos. Mientras gobiernos y empresas desarrollan herramientas más sofisticadas para monitorizar y analizar datos, ciudadanos y organizaciones buscan maneras creativas —y a veces radicales— para protegerse.

El gesto realizado por los activistas de la flotilla no es un rechazo al avance tecnológico; más bien es una llamada reflexiva sobre los límites necesarios para preservar derechos fundamentales en este mundo hiperconectado. La próxima vez que veas a alguien arrojar su móvil al mar, piensa que detrás hay una estrategia calculada para evitar que la tecnología se vuelva contra quienes luchan por causas justas.

En un mundo donde los datos valen más que el oro, a veces lo mejor es dejar caer esos dispositivos al fondo del mar.

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