En un laboratorio japonés durante los años noventa, Shimon Sakaguchi se percató de algo que revolucionaría la inmunología: ciertas células del sistema inmune actuaban como un cuerpo élite, capaces de diferenciar entre una amenaza real y los propios tejidos del organismo.
Tres décadas después, junto a los estadounidenses Mary E. Brunkow y Fred Ramsdell, ha sido reconocido con el Premio Nobel de Medicina 2025 por su descubrimiento de las células T reguladoras, encargadas de mantener la paz interna y evitar que nuestro sistema inmunológico se convierta en su propio enemigo.
Este hallazgo, que inicialmente parecía sacado de una novela de ciencia ficción, ha abierto nuevas vías para abordar enfermedades autoinmunes, optimizar trasplantes y crear tratamientos innovadores contra el cáncer.
Las células T, esos linfocitos que vigilan incansablemente nuestro cuerpo, se han consolidado como auténticos “guardianes de la salud”.
¿Qué son las células T y cómo funcionan?
Para apreciar el impacto de este descubrimiento, es esencial conocer a fondo a estas protagonistas microscópicas. Las células T son un tipo de glóbulo blanco que se origina en la médula ósea y madura en el timo, una glándula situada detrás del esternón. Su misión principal es la inmunidad celular: identifican, atacan y eliminan células infectadas por virus, bacterias o incluso células tumorales, actuando con una precisión asombrosa.
No obstante, su función va mucho más allá del enfrentamiento directo. A diferencia de otros glóbulos blancos que simplemente patrullan sin más, las células T toman decisiones estratégicas. Algunas coordinan la respuesta global del sistema inmune; otras destruyen invasores y un grupo selecto, las células T reguladoras (Treg), aseguran que esa defensa no se vuelva contra nosotros mismos.
Tipos de células T: funciones de un escuadrón especializado
La familia de las células T es tan variada como un equipo de rescate:
- Células T CD4+ (helper o colaboradoras): son las encargadas de coordinar la respuesta inmune, activando a otras células como los linfocitos B y las CD8+.
- Células T CD8+ (citotóxicas o asesinas): se encargan de eliminar directamente las células infectadas por virus o aquellas tumorales, liberando sustancias letales como perforina y granzima.
- Células T reguladoras (Treg): modulan la respuesta inmunitaria para prevenir ataques a los propios tejidos del organismo, evitando enfermedades autoinmunes y reacciones alérgicas descontroladas.
Esta especialización permite que el sistema inmunológico funcione como un ejército perfectamente entrenado, compuesto por soldados valientes, estrategas astutos y pacificadores comprometidos.
El proceso de maduración: una formación rigurosa en el timo
El viaje de una célula T comienza en la médula ósea, pero es en el timo donde reciben un entrenamiento exhaustivo. Allí, las células en desarrollo (timocitos) pasan por rigurosas pruebas de reconocimiento: solo aquellas capaces de diferenciar entre lo propio y lo ajeno logran sobrevivir. Las que no superan esta evaluación son eliminadas para evitar que el sistema ataque al propio organismo.
Este proceso conocido como tolerancia central no es infalible. Por eso mismo, las células T reguladoras actúan como una segunda línea de defensa, asegurándose de que ninguna célula rebelde cause daños internos. La identificación de estas células por parte de Sakaguchi en 1995 marcó un hito en la inmunología moderna.
Memoria inmunológica y vigilancia constante
Una habilidad sorprendente de las células T es su capacidad para crear memoria inmunológica. Tras una primera exposición a un patógeno, algunas se convierten en células memorísticas, permitiendo al cuerpo reaccionar con rapidez ante futuras infecciones similares. Esta memoria se distribuye estratégicamente por órganos como los pulmones, el bazo o la médula ósea, garantizando así una vigilancia continua en todo el organismo.
Sin embargo, con el paso del tiempo y el envejecimiento, la diversidad celular tiende a disminuir. Esto puede afectar negativamente la eficacia de las vacunas en personas mayores. Por ello resulta crucial implementar estrategias específicas y refuerzos vacunales dirigidos a este grupo poblacional.
El Nobel y sus aplicaciones: desde el laboratorio hasta la clínica
La concesión del Nobel no solo reconoce la curiosidad científica sino que también tiene repercusiones prácticas importantes. Los hallazgos sobre las células T reguladoras han inspirado terapias experimentales para enfermedades autoinmunes como la artritis reumatoide e impulsado nuevas formas para modular la respuesta inmune en trasplantes o tratamientos oncológicos. En este último campo, manipular estas células puede convertirse en una herramienta valiosa para evitar que los tumores se “camuflen” y escapen del sistema inmunitario.
Además, el estudio sobre las células T abre puertas hacia vacunas más eficaces y hacia una medicina personalizada donde nuestro propio sistema inmune juega un papel crucial tanto en prevención como en tratamiento.
Curiosidades científicas: secretos sobre las células T
- El nombre «células T» proviene del timo (thymus en inglés), no tiene nada que ver con «terror», aunque alguna vez hubo bromas al respecto entre científicos.
- Estas células pueden “recordar” una infección durante años; algunas incluso sobreviven toda una vida.
- Durante años se consideró a las células T reguladoras como “fantasmas” dentro del sistema inmune hasta que Sakaguchi logró aislarlas y probar su existencia.
- En ciertas enfermedades autoinmunes como la diabetes tipo 1, un mal funcionamiento de estas células puede llevar al organismo a destruir sus propias productoras de insulina.
- El gen Foxp3, esencial para formar las células T reguladoras fue identificado por Brunkow y Ramsdell tras estudiar ratones con reacciones inmunitarias descontroladas y poco pelo –de ahí su apodo “ratones pelones” en los laboratorios.
- Las células T no solo patrullan la sangre; también se concentran en órganos como el bazo o los ganglios linfáticos formando así una red constante de vigilancia.
En resumen, las células T han pasado a ser protagonistas indiscutibles dentro del mundo inmunológico. Estos diminutos “guardianes” no solo nos protegen; también han enseñado a los científicos a mirar hacia adentro del cuerpo humano con nuevos ojos… llenos admiración ante la inteligencia natural que reside en nosotros.
