El Atlético de Madrid volvió a tropezar en la misma piedra que lo persigue lejos del Metropolitano: su fragilidad fuera de casa. Lo tenía todo controlado en Balaídos, un 0-1 temprano y la sensación de que la noche sería plácida, pero Clement Lenglet decidió dinamitar el guion con una acción tan innecesaria como imperdonable. Quiso tirar un caño en campo propio con una tarjeta amarilla en el bolsillo. Jutglà le robó la cartera, y el francés, desesperado, lo sujetó. A Soto Grado no le tembló el pulso: roja directa y Atlético a remar con uno menos durante más de 50 minutos.
Hasta ese instante, el conjunto de Simeone había ofrecido su versión más reconocible. Presión alta, intensidad, y transiciones vertiginosas que encontraron premio a los seis minutos. Griezmann filtró un pase preciso hacia Barrios, que galopó por la derecha y centró hacia Julián. La mala fortuna de Starfelt completó la jugada con el infortunio de introducir el balón en su propia portería. El 0-1 parecía el inicio de otra racha convincente.
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— Celta (@RCCelta) October 5, 2025
El Celta, sin embargo, no se amilanó. Giráldez apostó por una salida valiente, apoyado en el desequilibrio de Jutglà y la movilidad de Borja Iglesias. El delantero perdonó una ocasión clarísima antes de que Hancko probara a Oblak con un zurdazo que el portero esloveno despejó con una mano milagrosa. La tensión se respiraba en cada línea.
Y entonces llegó el despropósito. Lenglet, con su gesto desafortunado, dio un vuelco al escenario del partido. Simeone, pragmático, retiró a Griezmann en el descanso para recomponer la zaga con Galán, mientras el Celta se lanzó en tromba hacia el área rival.
Durante muchos minutos los rojiblancos resistieron, disciplinados y solidarios, pero el agobio fue creciendo hasta que, a los 69 minutos, apareció Iago Aspas. El moañés cazó un rechace en el área pequeña y, sin pensarlo, fusiló a Oblak con el alma de quien necesitaba volver a marcar en Liga. Balaídos estalló.
El Atlético tuvo aún una oportunidad más en la cabeza de Le Normand, que rozó el 1-2 con un testarazo que heló a toda Vigo. Pero el equipo llegaba sin oxígeno y terminó refugiado atrás, defendiéndose más con el corazón que con las piernas. Simeone agitó el banquillo, metió a Nico González y Álex Baena para apurar la remontada, pero el daño ya estaba hecho.
El pitido final dejó dos sensaciones contrapuestas: alivio y rabia. Alivio para un Celta que salvó un punto gracias a la impaciencia rival. Rabia para un Atlético que se marcha al parón fuera de casa sin victorias, lejos del Madrid y del Barça, y con el nombre de Lenglet grabado en la lista de los grandes responsables de su tropiezo.

