En la madrugada del viernes, Lima fue escenario de un nuevo y sorprendente giro en la política peruana.
Sin grandes alharacas y casi por sorpresa, José Jerí asumió la presidencia tras la abrupta destitución de Dina Boluarte.
La imagen de Jerí ingresando al Palacio de Gobierno en el vehículo presidencial, rodeado por un fuerte despliegue de seguridad y con escasas declaraciones a los medios, captura perfectamente el clima de incertidumbre y desgaste institucional que atraviesa el país.
El nuevo presidente, hasta ahora un político poco conocido, llegó al cargo más alto del Estado por sucesión constitucional, como presidente del Congreso, después de que Boluarte fuera destituida por el Parlamento bajo la figura de «incapacidad moral permanente».
En solo siete años, Perú ha tenido ya ocho presidentes, una cifra que pone en evidencia la fragilidad del sistema político y las dificultades para establecer liderazgos duraderos.
Un camino discreto y lleno de casualidades
José Enrique Jerí Oré, originario de Lima y con 38 años, encarna al político que ha tenido una carrera corta pero con un ascenso inesperado. Su formación académica se llevó a cabo en la Universidad Nacional Federico Villarreal y en la Universidad Inca Garcilaso de la Vega, donde se graduó en Derecho, aunque ninguna de estas instituciones es conocida por su prestigio a nivel nacional.
Su carrera política comenzó en 2013 al unirse a Somos Perú, un partido conservador y democristiano. Después de varios intentos fallidos para acceder a cargos municipales, Jerí logró entrar al Congreso en 2021, aunque solo como suplente del expresidente Martín Vizcarra, quien fue inhabilitado por el escándalo del “vacunagate” durante la pandemia. Con apenas 11.600 votos, Jerí se encontró ocupando un escaño destinado a un político más popular.
En el Parlamento, su paso fue discreto; participó en iniciativas legislativas relacionadas con seguridad, empleo, salud y economía. Su mayor visibilidad llegó en julio de 2025 cuando fue elegido presidente del Congreso en medio de pactos entre diversas bancadas y con una investigación por violación sexual aún abierta, que posteriormente fue archivada.
Perfil personal y estilo político
A diferencia de muchos líderes peruanos, Jerí no cuenta con grandes redes de poder ni una trayectoria sólida en el Ejecutivo. Es católico, tiene pareja pero no está casado ni tiene hijos. Se muestra activo en redes sociales donde se define como “abogado y animalista”. Sus mensajes suelen dirigirse a los jóvenes y promueven una renovación política; sin embargo, su llegada a la presidencia parece más fruto de las dinámicas parlamentarias que del apoyo popular.
Durante su discurso inaugural, Jerí prometió un “gobierno de transición, empatía y reconciliación nacional”, consciente del desprestigio que enfrenta actualmente la clase política y la necesidad urgente de restaurar la legitimidad institucional. No obstante, su limitada experiencia en gestión ejecutiva y el carácter provisional de su mandato generan dudas sobre su capacidad para hacer frente a los grandes retos que plantea la agenda nacional.
El contexto: crisis política e inestabilidad endémica
La llegada de Jerí se produce en un ambiente marcado por el descontento social y el escepticismo hacia las instituciones. La destitución de Boluarte es ya la séptima presidenta apartada o dimitida desde 2018; esto subraya un patrón recurrente caracterizado por crisis políticas motivadas casi siempre por acusaciones de corrupción o abuso de poder.
En este momento, tres expresidentes –Alejandro Toledo, Ollanta Humala y Pedro Castillo– enfrentan prisión. El Congreso ha actuado repetidamente como árbitro supremo aplicando una doctrina de vacancia presidencial que se ha convertido en el principal mecanismo para relevar a quienes ocupan la jefatura del Estado. Esta situación ha socavado la confianza ciudadana y ha creado una percepción crónica de provisionalidad.
Retos inmediatos y posibles escenarios
Jerí deberá gobernar hasta julio de 2026, aunque sus posibilidades son limitadas. Entre sus principales desafíos destacan:
- Recuperar la confianza en las instituciones y disminuir la polarización política.
- Manejar una economía que aunque muestra ciertos indicadores macroeconómicos estables enfrenta presiones inflacionarias y desaceleración.
- Abordar las demandas sociales relacionadas con seguridad, empleo y servicios públicos.
- Impulsar una reforma política que garantice mayor estabilidad y representatividad.
El futuro inmediato de su presidencia dependerá considerablemente de su habilidad para formar alianzas parlamentarias y prevenir nuevas crisis gubernamentales. Tanto la opinión pública como los actores económicos observan con cautela lo que sucederá a continuación.
¿Transición o punto de inflexión?
La figura de José Jerí representa una paradoja dentro del panorama político peruano: un sistema que parece generar presidentes casi accidentalmente pero que exige respuestas rápidas ante problemas estructurales profundos. Su principal ventaja podría ser su falta de vínculos con el pasado reciente lo cual le permite proyectar una imagen renovadora.
Sin embargo, carecer de un liderazgo carismático o una agenda propia sólida podría jugarle en contra. Por lo pronto, Jerí enfrenta el desafío monumental de gobernar un país cansado por los altibajos políticos y donde los ciudadanos demandan estabilidad y transparencia como nunca antes. La historia reciente demuestra que ocupar la presidencia puede ser tan efímero como impredecible.
Tres claves de la caída de Dina Boluarte: un ocaso anunciado en el Perú convulso
Un final que, aunque sorpresivo, parecía inevitable en un país donde la política es un campo minado.
Dina Boluarte, la primera mujer en presidir Perú, sucumbió al mismo destino que sus predecesores desde 2018: un abrupto final en el poder. Destituida en un proceso exprés por el Congreso, con 118 votos a favor por “permanente incapacidad moral”, su salida en la madrugada del viernes sacudió al país. A pesar de su impopularidad y escándalos, Boluarte había logrado mantenerse en el cargo desde el fallido autogolpe de Pedro Castillo en 2022, gracias a una frágil alianza con el fujimorismo y otras fuerzas políticas. Pero, ¿qué precipitó su desplome? Aquí, tres razones que marcaron su fin.
1. La plaga de la inseguridad: un país bajo asedio
La gestión de Boluarte fue un desfile de errores, pero el auge de la delincuencia y la violencia criminal le asestó el golpe mortal. El ataque a tiros contra la banda de cumbia Agua Marina en un club militar en Lima, perpetrado por desconocidos ligados al criminal “El Monstruo”, desató una crisis que la expulsó de la Casa de Pizarro.
Perú se ha vuelto peligrosamente violento: en el primer semestre de 2025, los homicidios crecieron en 161 respecto a 2024, según el Sinadef, con 209 solo en agosto. Human Rights Watch alerta que el país es de los más afectados por muertes violentas en la región. La extorsión, con una denuncia cada 19 minutos, asfixia a negocios y transportistas, con 180 conductores asesinados este año por negarse a pagar a las mafias, según el Observatorio del Crimen y la Violencia.
A pesar de decretar estados de emergencia y desplegar militares, el gobierno no logró contener la criminalidad. Las huelgas de transportistas y el descontento ciudadano se volvieron la banda sonora de un país al límite, y el ataque a Agua Marina fue la gota que derramó el vaso.
2. La sombra de la corrupción: un lastre insostenible
Con una aprobación que se desplomó al 3% según Ipsos —e incluso al 0% entre los jóvenes—, Boluarte fue consumida por escándalos de corrupción. En sus dos años en el poder, enfrentó siete investigaciones por casos como aceptar relojes Rolex y joyas de dudoso origen, o ausentarse del cargo para cirugías estéticas sin notificar al Congreso.
La exmandataria negó las acusaciones, calificándolas como un “golpe de Estado blanco” orquestado por la Fiscalía. Sin embargo, el allanamiento a la casa de su exministro del Interior, acusado de obstruir investigaciones en su contra, y el anuncio del fiscal general de prohibirle salir del país, sellaron su destino. La corrupción, un mal endémico en los últimos gobiernos peruanos, fue el veneno que erosionó su legitimidad.
3. Autoritarismo y alianzas rotas: el costo de la traición
Boluarte asumió prometiendo ser una “mujer de paz”, pero su represión a las protestas tras la caída de Castillo en 2022 —que dejó decenas de muertos— la alejó de los sectores indígenas, campesinos y de izquierda que la llevaron al poder como vicepresidenta. Tildó a los manifestantes de “terroristas” sin pruebas y se aferró al cargo, rompiendo su promesa de convocar elecciones anticipadas.
Para mantenerse, pactó con el fujimorismo y la derecha, desacatando órdenes de la Corte IDH y apoyando leyes controvertidas, como amnistías a militares condenados por violaciones a derechos humanos. Pero este matrimonio político se fracturó cuando, con el fin del período presidencial acercándose en 2026, sus aliados vieron más costo que beneficio en sostener a una presidenta rechazada por el 97% de los peruanos.
En su último discurso, interrumpido para transmitir la juramentación de José Jerí, Boluarte defendió su gestión sin autocrítica, dejando un legado de inestabilidad y desencanto. Su caída, tan abrupta como su ascenso, es un capítulo más en la crónica de un Perú en crisis perpetua.

