Las prácticas que nadie querría repetir

Chinches y letrinas: la élite de la Guardia Civil a la intemperie por la mala la gestión de Marlaska

Los Grupos de Reserva y Seguridad luchan contra plagas y barracones arruinados durante sus prácticas anuales, mientras el Ministerio del Interior hace caso omiso.

Pareja de la Guardia Civil
Pareja de la Guardia Civil. PD

Algunos se entrenan para proteger a la sociedad, mientras que otros deben lidiar con chinches y letrinas sin ventilación.

Esta es la cruda realidad que enfrentan los agentes de los Grupos de Reserva y Seguridad (GRS) de la Guardia Civil, considerados la élite encargada del orden público en nuestro país.

Cada año, durante sus prácticas, lo que debería ser una experiencia formativa se convierte en una especie de “Supervivientes” en versión cuartelaria: barracones deteriorados, plagas, duchas con fauna propia y baños donde la dignidad brilla por su ausencia.

Desde hace tres años, los GRS llevan a cabo ejercicios de tres semanas, organizados en grupos de hasta 200 agentes.

La primera semana se realiza en acuartelamientos militares diseminados por toda España. Lo que podría parecer una buena oportunidad para fomentar la camaradería entre cuerpos se transforma en un viaje al pasado: estos barracones han estado cerrados durante más de dos décadas, siendo testigos mudos de un tiempo ya extinto, y solo se abren excepcionalmente para estos entrenamientos.

Lo que encuentran dentro es casi insalubre:

  • Plagas de chinches que convierten cada noche en una lucha por conservar su piel.
  • Letrinas turcas cuya operatividad es dudosa, obligando a los agentes a hacer sus necesidades en pie y limitándose a unos pocos cubículos funcionales.
  • Duchas con niveles de suciedad que harían sonrojar a cualquier inspector sanitario.
  • Dormitorios colectivos sin separación ni ventilación, donde las camas están alineadas como si estuvieran en una película bélica de bajo presupuesto.

La Asociación Unificada de Guardias Civiles (AUGC) ha denunciado repetidamente estas condiciones inaceptables, advirtiendo que comprometen no solo el descanso sino también la salud física y mental de unos profesionales sometidos a un esfuerzo extremo el resto del año. “El reconocimiento real al sacrificio y esfuerzo de estos profesionales debe traducirse en acciones concretas, empezando por asegurar condiciones de vida y descanso dignas acorde al compromiso que exige el servicio público”, sostiene su portavoz Olaya Salardón.

Un problema que se perpetúa

La situación no es nueva ni aislada. Según denuncian tanto los propios agentes como los representantes sindicales, la falta de recursos y una planificación logística deficiente por parte del Ministerio del Interior han convertido estos despliegues en una especie de broma pesada que se repite cada año. “Cada vez hay más jefes, pero nadie dirige ni coordina. Todo queda a la improvisación y utilizan cualquier lugar disponible aunque esté en condiciones lamentables e insalubres”, lamentan desde la AUGC.

La precariedad va más allá de la higiene. Por ejemplo, las instalaciones eléctricas suelen improvisarse con alargaderas. Además, los agentes carecen de armarios o espacios donde guardar su equipo personal, lo cual complica aún más la convivencia diaria. La jornada tampoco es fácil: once horas dedicadas a la instrucción y el resto del tiempo confinados en los barracones, con puertas cerradas desde las diez de la noche hasta las siete de la mañana.

Marlaska, en el ojo del huracán

El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, ha decidido aplicar un enfoque igualitario para todos los agentes sin distinción entre unidades de élite y el resto del cuerpo. Sin embargo, esta decisión se traduce en igualdad… pero en precariedad: barracones para todos sin importar responsabilidades o riesgos asumidos por cada unidad. El sindicato mayoritario denuncia que “cuanto más se quejan, peor trato reciben”.

Durante el verano pasado, los GRS encargados de garantizar la seguridad del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en Lanzarote, también tuvieron que alojarse en condiciones “tercermundistas”: sin luz ni aseos adecuados y lidiando con el mismo menú de chinches y duchas deplorables.

Impacto en la moral y el servicio

Las consecuencias del abandono institucional van más allá de lo anecdótico. La falta de descanso y las malas condiciones higiénicas impactan directamente sobre el rendimiento de los agentes quienes deben afrontar largas jornadas y situaciones tensas sin las mínimas garantías necesarias para su bienestar. Además, esta repetición constante genera desánimo entre el colectivo e erosiona tanto su moral como su confianza hacia sus superiores y el propio Ministerio del Interior.

No solo los GRS sufren esta situación. El problema se extiende a otras unidades y cursos formativos donde incluso algunos agentes han quedado con formaciones incompletas debido a recortes presupuestarios. La falta de planificación se ha vuelto norma habitual mientras responsables políticos evitan ofrecer respuestas claras o soluciones efectivas.

De la épica al esperpento: humor y paradojas

En un país donde la Guardia Civil simboliza profesionalidad y sacrificio resulta irónico que sus unidades élite terminen enfrentándose a chinches y letrinas como sus principales adversarios. Algunos agentes bromean con humor negro comparando sus prácticas con realities sobre supervivencia; eso sí, con menos glamour y más picaduras. Otros recuerdan que durante su tiempo en la mili al menos había rancho caliente y duchas decentes… aunque fuera por pura casualidad.

Curiosidades y datos sobre el caso

  • Las naves donde descansan los GRS estuvieron cerradas durante más de 20 años; solo se abrieron para ejercicios puntuales antes.
  • La falta de ventilación en dormitorios colectivos ha llevado a algunos agentes a solicitar medidas urgentes ante golpes de calor o problemas respiratorios.
  • La AUGC reconoce el esfuerzo realizado por mandos intermedios responsables de acuartelamientos quienes hacen “lo posible con lo disponible”, aunque insisten en que las soluciones deben venir desde el Gobierno central.
  • Mientras la Guardia Civil presume contar con recursos avanzados según sus folletos informativos, muchos agentes viven una realidad completamente diferente: sobrevivir tres semanas sin que su ropa huela a insecticida ni arriesgarse a salir heridos tras ducharse.

En esta España llena avances tecnológicos e discursos grandilocuentes sobre seguridad pública, a veces lo cierto se oculta bajo una manta llena de chinches junto a una linterna improvisada. Al final del día queda claro: mientras unos viven la épica correspondiente al servicio público; otros deben lidiar con un esperpento gestionado por quienes deberían garantizarles mejores condiciones.

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